Haeda

En un paseo por el pequeño y hermoso Faedo de Ciñera coincidí con un afable vecino del pueblo. Comenzamos a charlar, me contó su vida y me dio mucha información del lugar. Al despedirnos me preguntó “¿qué, ya has visto a Josefina? No, todavía no la vi”, le respondí dubitativo sin saber a quién se refería. Cuando quedé a solas con el bosque me propuse encontrar a Josefina, que en realidad es “Haeda”, o a lo mejor las dos son la misma persona…

Un cuento de Josefina Díaz del Cuadro.

“Una vez me contó un abuelo, que hace muchos, muchos años, antes de que hubiera casas en el valle, cuando aún los hombres vivían al aire libre y los inviernos eran crudos y muy largos, vivía en el Faedo una bruja llamada Haeda. Tenía poderes sobrenaturales. Dicen que se los había otorgado el demonio pero este le advirtió: “Debes usarlos para hacer el mal, pues si haces el bien con ellos te consumirás y en tres días desaparecerás”. La bruja Haeda se frotó las manos y se preparó para hacer todo el daño que pudiera.

Entre La Vid y Santa Lucía vivía una familia: la madre, María, el padre, Miguel, y nueve hijos pequeños. Por el verano sembraban patatas, fréjoles y lechugas pues se daban muy bien y alimentaban a sus hijos pequeños. Pero cuando llegaba el invierno las cosas se ponían difíciles y no tenían dónde refugiarse. Por la noche subían a la cueva de los Infantes y allí se guarecían de la nieve y las heladas. Pero un día nevó y nevó. El viento soplaba la ladera de la montaña y estaba helada. Y por más que María y Miguel empujaban a sus hijos no conseguían llegar a la cueva mientras los niños resbalaban y volvían a caer.

Haeda estaba sentada en Berciegos, (bien es sabido que las brujas no tienen frío) y sintió escozor en el pecho al ver aquellos padres que no podían resguardar a los niños del frío. Usando sus poderes, arrancó un montón de piedras de las montañas y les prendió fuego. Se pusieron rojas y chispeantes dando un calor agradable pero lo más milagroso es que duraron prendidas toda la noche. María y Miguel colocaron a sus hijos alrededor y durmieron toda la noche calentitos.

A la mañana siguiente había un gran montón de cenizas, ellos no se explicaban lo que había pasado. Aquel día siguió nevando, en el puerto había niebla, y el frío era insoportable. Haeda pensó que aunque les ayudara otro día aún le quedarían poderes, así que volvió a arrancar piedras de las montañas y las prendió, haciendo de nuevo una gran hoguera. Pasaron la noche calientes. Por la mañana vieron mucha ceniza que guardaba brasas en sus entrañas, así que metieron patatas para que se asaran y los niños las comieran tiernecitas.

Haeda se miró en el arroyo y se vio envejecida y cansada. Estaba agotada. Pero también estaba dispuesta a ayudarles un día más. Aun así pensaba que aunque fuera a costa de su vida no sería suficiente, dado que el invierno en estas tierras es largo y no podrían resistirlo.

Meditó y meditó la bruja buena y juntando las fuerzas que le quedaban hizo que todas las montañas del valle se llenaran de piedras que prendieran y dieran calor.

Vinieron muchas familias y fundaron un pueblo sobre aquellas cenizas. Y le llamaron Ciñera. Desde entonces ningún niño pasó frío por las noches. Haeda así lo quiso.

Dice el viejo que la bruja buena se fue a morir al Faedo y dejó mechones de pelo blanco entre las hayas. Ahora los niños de Ciñera van al Faedo de merienda y, sin saberlo, juegan y ríen bajo la protección de Haeda, que vela para que no nos falte nunca el carbón.”

 

Haeda, Faedo de CiñeraDatos de la toma: (adaptador de montura manual) 16mm (aprox), f/11 (aprox), 1/30s, ISO 1600​

 

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